Trabajar las bodas es súper motivante puesto que son el directo más potente que uno pueda imaginar. La foto que se escapa ya jamás va a poder ser recuperada y eso si lo analizamos con calma, solo sucede en la fotografía de bodas, por eso hay que estar bien preparado técnicamente.
El fotógrafo de boda debe dominar la luz y sus caprichos para con la escena en cada momento. No puede ser, por ejemplo, que el cura diga que ya pueden besarse y nosotros estemos midiendo luces, pues aunque hagamos repetir ese beso a los novios ya nuestra foto no será del primer beso de casados de la pareja.
Mi manera de trabajar las bodas suele ser la siguiente:
En interiores trabajar con la cámara en prioridad velocidad, pues me interesan más las situaciones en primer plano focal. En exteriores prioridad diafragma, pues me interesa más la profundidad de campo. En ningún caso pretendo adoctrinar ni crear dogmas, es simplemente mi “modus operandi”. Si disparo con flash obviamente la cámara siempre en manual.
Una vez solventados los entuertos técnicos, centrémonos en lo que da sentido realmente a la fotografía, el encuadre. Soy un fotógrafo de encuadres abiertos, no suelo trabajar una boda con una focal más larga de 85.
Una boda puede contarse en imágenes de muchas maneras, podemos contarla con la cámara a la altura de nuestro ojo, lo que nos dará una historia plana y que difícilmente nos hará emocionar, yo me inclino por los planos picados y contrapicados.
Lo primero es elegir un fondo que nos guste donde poder desarrollar la escena y a partir de ahí trabajar el encuadre para incluir elementos importantes del fondo.
La verdad es que estoy cansado de las simetrías y los reflejos aunque me parezcan recursos muy muy validos. Me inclino por trabajar los encuadres con la ley de los tercios y dibujando diagonales y líneas de fuga que den vida y emoción al encuadre.